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¿Qué pasa a los 40 años?

Hace un tiempo escribí un artículo sobre la sensación de libertad, en uno de esos meses más complejos. Artículo que disfruto mucho volver a leer, porque quizá es uno de eso donde se desencadena la intensidad del momento. La foto que colocaba era similar a esta, aunque el momento no era igual.

Pero en general, la imagen tomada en el último viaje familiar me trae a la memoria ese momento cuando la carretera se abre paso y nos da el tiempo de repasar nuestras vidas. En días recientes un amigo me hizo la consulta que es bastante común, qué sucede cuando se llega a los cuarenta y en esta ocasión del viaje hice una ligera relación de porqué la pregunta y si hay alguna razón para estereotipar. Así que respondiéndole, podría decir que no hay ningún cambio.

Seguimos sintiéndonos igual, al espejo nos sentimos los mismos, nos resignamos sin mucha pena las canas, a no soportar dos partidos de fútbol seguidos, pero en general el ánimo y aspiraciones siguen siendo igual.

Lo que ha cambiado es nuestro contexto, los chicos van creciendo y entrando a esa etapa en que nos exigen más tiempo –con más calidad-, con más consciencia. De modo que cambian las prioridades en la vida, entre lo que a nuestros 25 años creíamos era libertad y lo que con el tiempo llega a satisfacer nuestros ratos libres. También los demás ya no nos ven igual, y no de gusto.

La vida de cada quien será diferente, y la sociedad misma nos dicta algunas pautas de lo que debería representar éxito, satisfacción, felicidad, ocio, inspiración, vida familiar. Esta virtud de pensar diferente hace que cada 21,600 segundos en longitud el contexto sea diferente. Así que algo de esta reflexión se adapta apenas a un contexto latinoamericano clásico, con mayor o menor variación si incluimos el cambio de latitud arriba de los 40 Norte.

En la generalidad lo que no cambia es que poco a poco, entre los 30 y 40 años nuestra mirada comienza a centrarse en el crecimiento de nuestros hijos (o de los sobrinos para quienes no los tienen). Eso varía para quienes se casan de manera tardía, o quienes se adelantaron al asunto de manera prematura. Nuestros ex compañeros de escuela o universidad pasan por algo similar, la experiencia vivida y los éxitos adquiridos hace que nos olvidemos de rivalidades académicas o tonterías de adolescencia. Y entonces coincidimos en hacer remembranzas de aquellos años y nos satisface ver que sus hijos están creciendo también.

Los que se adelantaron comienzan a sentirse solos porque sus hijos se están yendo a la universidad y se reintegran a su generación; los que no los tienen comienzan a sentir una mezcla de «yo no fui» con «yo debería» y buscan un contexto propio con una generación menor que disfruta entre el ocio y la academia extrema mientras les llega tiempo para pensar en familia.

Y, por lo tanto la generalidad cuando llegamos a los cuarenta, se vuelve más fuerte el interés por que nuestros hijos salgan adelante con menos golpes que los que nosotros pasamos. Mientras estuvieron en la escuela poco nos preocupó pues su cariño inocente nunca fue retador, nunca dudaron que fuéramos héroes impecables, nunca tuvieron crisis de autoestima que llegaran a extremos. También la chica que ha acompañado estos años nuestras alegrías tiene un interés similar, –si es que se pudo conservar hasta entonces-. Y esa conjunción de intereses, hace que la vida en los cuarenta o sienta cabeza o desconecta los intereses familiares.

Así que, aquí algunas de mis reflexiones del último viaje respecto al contexto estas criaturas.

Con este elemento, hemos retomado las clases de matemáticas. Más ahora que la cosa del álgebra se puso buena y que ha visto que no es del otro mundo pero que ocupa trabajar todas las guías con tiempo.

Esta ha sido una experiencia interesante, puesto que ha tomado tiempo convencerle que es brillante en matemáticas pero que eso no es suficiente. El año pasado llegó a creer que era malísimo, más por culpa mía que de él o sus maestros.

Finalmente me tranquiliza saber que si se decide por la ingeniería en sistemas podrá superar la etapa dura de matemáticas. Aunque a mi gusto sería brillante en marketing y publicidad… eso lo decidirá él.

No hay duda que será un poeta tecnológico, cosa que inició en tercer grado con un loco blog en el que habla cosas que ni yo mismo entiendo pero que le ha ayudado a saber ordenar ideas y redactar con buena claridad.

Con ella la cosa es diferente. A veces hay que detenerla porque heredó mi mala costumbre de presumir de la agilidad mental.

Pero también es un riesgo imaginarme qué podría estudiar en el futuro.

Una brillante periodista, por su habilidad para redactar. Una arquitecta por su agilidad con las manos, el dibujo y los detalles.

Por ahora dice que será profesora… seguro lo será en su especialidad.

En la foto, con el traje típico del día del indio, justo en estos días en la coordenada UTM del país que me asiló.

Definitivamente daría lo que fuera por seguirla viendo sonreír así.

En el último viaje subimos hasta la cúspide del peñasco, con la lengua de corbata. Abajo las casitas se veían como piezas de maqueta, al fondo la serranía de la cordillera Puca Opalaca.

Mi hijo apenas vio para abajo y se tiró como iguana sobre unas rocas que no me explico como pudieron llegar hasta allí.

¡Impresionante vista!

Mientras tanto mi hija prefirió posar. Aunque al igual estábamos cansados de la ruta que nos llevó hasta el risco.

Su sonrisa me recuerda a la chica que alumbra mis ojos. Con el pelo sobre su rostro, con esa capacidad de hacerme pensar que se puede amar más allá de las hipotecas.

Así son nuestras criaturas, tan diferentes.
A veces me cuesta pensar que este es aquel chiquilín a quien debí llevar el tercer día de nacido a la madrugada creyendo que se le estaba desangrando el ombligo…

…el tiempo pasa y no de gusto.

Recuerdo que en mi inexperiencia pensé que la sangre coagulada del ombligo que aún no botaba era sangre fresca. Cuando llegamos al hospital el doctor se lo haló como teta, y se lo limpió con un hisopo.

Nos despachó con una buena reprimenda de porqué le estábamos poniendo un fajón, una moneda de 5 centavos y unos guantes para que no se chupara las manos.

ahhh que inocentes éramos.

En el parque del pueblecito, unas interesantes esculturas adornan un legendario árbol de Ceiba, que fue sembrado por el Señor Bonifacio Gómez en el año de 1932.

El municipio fue fundado en 1887 como San Juan de Buena Vista aunque se le conoce como San Juan del Caite, cuyo nombre viene del antiguo patrimonio en la curtimbre del cuero.
Aunque su nombre original era Malutena que significa Tierras Planas, pues está en una meseta.

Luego nos acostamos en el pasto y vimos las ramas bajo el cielo… como tontos. Ja. Hasta que las picadas de zancudos nos hicieron huir recordando la vieja historia de este lugar que había una epidemia grande de una plaga de zancudo, donde la gente le pagaba la enfermedad del paludismo y ante la ausencia de médicos se curaban solo con raíces y hiervas

Luego fuimos al río, que estaba un poco crecido.

Aquí recordamos la vieja leyenda que dice que este pueblo antes fue un lago, solo hay que ver como se pone la lluvia en la calle que condice a Erandique para ver que pareciera que el agua sale de la tierra y no cae del cielo.

Posiblemente será la única vez que vayamos hasta este lugar. Pero seguro estos chiquillos cuando ya no esté vayan solo por recordarme.

En l pueblo comimos una deliciosa sopa de gallina, con tortillas al estilo guanaco pues la influencia de El Salvador en la zona es muy fuerte.

Recién hechas, se les echa un poquitín de limón y sal… es un deleite.

Definitivamente, el tiempo cambia. Aprendemos a disfrutar los momentos sencillos, ya sea en el mall con una buena granita de café como en un pueblo pequeño. No porque hemos cambiado, sino porque el contexto de quienes amamos ha cambiado.

De regreso, tomamos esta foto en el Valle de Otoro, viendo hacia la zona de donde veníamos.

¿Qué pasa a los 40?

Nada.

Pero este artículo no lo hubiera contado así hace 15 años.

geofumadas: Editor de Geofumadas
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