¿Alguna vez han llegado a sentir el cuerpo sin alma? Yo sí lo he sentido últimamente. El organismo se convierte en un ente inerte que solo sientes que vive porque respira. Se que debe ser complicado de entender, y más aún cuando antes tendía a vanagloriarme como una persona positiva, llena de paz espiritual y emocional. Pero, cuando todas esas características se desvanecen, empiezas a sentirte como si nada te doliera o te importara.
Fuera de aspectos ideológicos, políticos o contextuales, solo por responder a la petición de Golgi cuento esto. Cada quien puede interpretar lo que los medios le dicen, especialmente a nivel internacional. Aquí, apenas les dejo como fue mi odisea para salir de Venezuela a Colombia.
Como era todo para mi en Venezuela, antes de esta crisis.
Mi paz se acabó cuando todo empezó a cambiar en Venezuela, aunque no podría determinar cuando llegó a colapsar, con esta invasión de problemas que nunca me imaginé sucedería. Tampoco se como fue evolucionando en mi mente como una epifanía, la decisión de abandonar mi país y mi familia; lo que, hasta el sol de hoy, ha sido lo más duro que me ha tocado vivir.
Les contaré como fue mi travesía para salir de Venezuela, pero antes, voy a comenzar describiendo como vivía en mi país. Era como cualquier país normal; podías sentirte libre de hacer lo que sea, ganarte el pan trabajando duro, vivir tu tierra y tus espacios. Yo fui criado sobre la base de una familia unida, donde hasta tus amigos son tus hermanos y entiendes que los lazos de amistad se convierten prácticamente en lazos de sangre.
Mi abuela era la que mandaba, era el pilar de la familia, por ella es que todos nos convertimos en hombres productivos, como dicen en mi tierra echaos pa’ lante. Mis cuatro tíos son mi fuente de admiración, y mis primos hermanos –que son más hermanos que primos– y mi madre, mi razón de vivir. Yo despertaba agradecido todos los días de pertenecer a esa familia. La decisión de irme, llegó a mi mente, no sólo por la necesidad de progresar, sino poro el el futuro de mi hijo. En Venezuela, aunque me reventaba el lomo todos los días y hacía mil cosas por estar mejor, todo seguía peor que antes, sentía que estaba en una competencia de Survivor, en donde sólo el vivo, el abusador y bachaquero era el ganador.
La decisión por salir de Venezuela
Entendí a los golpes que en Venezuela, las oportunidades no existen, hasta lo más básico tiene fallas: falta de servicio eléctrico, agua potable, transporte y comida. La crisis llegó hasta la pérdida de valores en la gente, podías ver personas que sólo vivían pensando como perjudicar a los demás. A veces, me sentaba a pensar si era que todo lo que ha pasado es porque que Dios nos abandonó.
Yo tenía algunos meses planificando el viaje en mi cabeza, poco a poco pude reunir alrededor de 200 dólares. Nadie lo sabía ni tampoco se esperaban que les diera esa sorpresa. Dos días antes de irme llamé a mi madre y le avisé que me iría a Perú con unos panas (amigos), y que estaría ese día en la terminal comprando el pasaje de bus que llegaría a mi primera parada, Colombia.
Aquí empezó la tortura, allá como muchos sabrán, nada funciona como en otros países, es imposible comprar un ticket o boleta de viaje en el momento que quieras. Estuve los dos días durmiendo en el terminal, esperando que llegara uno de los autobuses, ya que la flota solo tenía dos carros por la escasez de repuestos. Los dueños de la línea pasaban una lista cada 4 horas para que la gente asegurara el puesto, con su frase:
“el que no esté aquí cuando pase lista, pierde el asiento”
La salida de Venezuela
Era impresionante estar en un mar de personas que iban a tomar el mismo camino que yo, hombres, mujeres y niños en aquel terminal; que por cierto tengo que destacar, era horrible, olía mal y esa aglomeración de gente te hacía sentir claustrofobia.
Esperé mis dos días allí, haciendo mi cola para poder comprar el boleto. No había iniciado y esa sensación de pesimismo a que nos llevó la crisis traía a mi mente ganas de darme por vencido, pero no lo hice. Ayudó que tenía amigos al lado y entre todos nos apoyábamos para hacernos sentir mejor; entre chistes y llamadas de mis familiares. Luego se hizo el momento de abordar por fin el autobús hasta San Cristóbal – Estado de Táchira. El precio del boleto eran 1.000.000 de Bolívares Fuertes, casi el 70% de un sueldo mínimo en ese momento.
Pasaron horas sentado en el autobús, lo bueno es que por lo menos tenía wifi para conectarme, veía como en varios tramos había alcabalas de la guardia nacional, y el chofer hacia una parada muy breve, dónde entregaba dinero para poder seguir. Cuando llegué a San Cristóbal eran ya las 8 de la mañana, tenía que buscar otro transporte para llegar a Cúcuta. Esperamos y esperamos, no había ningún tipo de transporte, veíamos pasar personas caminando con maletas, sin embargo, no nos arriesgamos y decidimos quedarnos allí. La espera tardó dos días, todos durmiendo en una plaza, hasta que pudimos tomar un taxi compartido, cada uno pagó 100.000 Bolívares Fuertes.
Partimos a las 8 de la mañana en este tramo hacia Cúcuta que era el más peligroso, había que pasar por 3 alcabalas, una del CICPC, otra de la Policía Nacional Bolivariana y la última de la Guardia Nacional. En cada alcabala, nos catearon como si fuéramos delincuentes; buscando qué nos podían quitar, yo sólo tenía pocas pertenencias, nada de valor y los 200 $; que guardé en un lugar prácticamente inaccesible
Al llegar, ya eran las 10 de la mañana, y podías ver personas que se llamaban a sí mismos asesores. Estos –supuestamente– agilizaban el trámite de sellado de salida cobrando entre 30 y 50 $, pero yo no le presté atención a ninguno, nos paramos en el puente para hacer la cola y finalmente entrar a Cúcuta. Fue a hasta el día siguiente a las 9 de la noche que pudimos sellar el pasaporte de salida.
Nos dijeron que para poder sellar el pasaporte en inmigración de Colombia teníamos que tener el pasaje del próximo destino, y como eran las 9 de la noche, no había taquillas abiertas para comprar el boleto a mi próximo destino. La gente gritaba.
van a cerrar la frontera, el que no tenga boleto tiene que quedarse aquí, no podrá pasar al próximo punto de control.
La situación se puso más intensa y preocupante, veíamos a las personas asustadas recogiendo los puestos informales, y nos decían:
Tienen que decidir rápido que hacer, después de las 10 de la noche pasan los guerrilleros paracos pidiendo plata y quitándole todo a todo mundo.
Milagrosamente, en mi desespero por no saber qué hacer, se apareció un asesor que resultó ser un amigo de donde vivía en Caracas, nos llevó a mí y a mis amigos hasta la oficina del dueño de una de las líneas de autobuses, nos vendieron cada pasaje en 105$ y nos resolvieron un espacio para dormir, hasta el día siguiente.
Esa noche no pude descansar, creo que los momentos que pasé todos esos días me tenían en estado de alerta nerviosa, al llegar la mañana, hicimos la cola para sellar el pasaporte en inmigración de Colombia, y finalmente pudimos entrar.
No todos tienen la dicha de pasar, como yo. Quienes están pensando emigrar, deben tomar precauciones; esta travesía se ve corta, pero no es fácil pasar por ninguna de las situaciones que yo viví y que también vi. Hay cosas que prefiero solo olvidar.
Uno quisiera decir lo mejor de su país, porque el patriotismo lo llevamos por dentro todos, el amor por la tierra donde nacimos, por una bandera que te hace llorar cuando la ves en la camisa de alguien pidiendo monedas en una esquina de Bogotá.
Es duro este sentimiento, por querer estar cerca de tu familia. Siempre fui optimista, aun en las dificultades; y aunque tengo fe, todo esto te quita una esperanza en el corto plazo. Lo único que no se pierde, es el amor por la familia. Por ahora, solo quiero que mi hijo tenga un futuro mejor.