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También tengo una vida

él partió hoy, …los dejo por unos días… leeré sus mensajes cuando regrese.

 

Ese día, en el aeropuerto debimos llevarlo en una indolente silla de ruedas, su mirada triste denotaba un envejecimiento al que fue sometido durante tres semanas, su abrazo me partió el alma, acostumbrado a apretones de oso con los que me suspendía hasta cincuenta centímetros y me daba media vuelta en tiovivo. En esta ocasión apenas me acercó a su cuerpo, me apretó los omóplatos con las manos y resquebrajó un suspiro lleno de una esperanza lejana.

– nos volveremos a ver, -dijo.

Todo sucedió de repente, un día, despertó convulsionando; su brazo y pierna izquierdos contraídos como aquel fusil 22 y la señal en su rostro aparentando sugerir un derrame facial. Mi hermana con la ayuda de un taxista lo cargó en hombros al hospital evangélico de Siguatepeque, donde lo mantuvieron controlado durante tres semanas, tiempo durante el cual perdió el control nervioso sobre sus piernas.

– Puedo levantar las piernas, -me dijo. Pero cuando pongo la planta del pie siento un hormigueo como si se me hubieran dormido, que me ablanda las rodillas.

Fue un tumor cerebral que atacó su cerebro, a sus setenta y ocho años recordó entonces que cuando era joven sufrió de mano seca, también mencionó ciertos adormecimientos que le venían de vez en cuando, y una serie de chispas que veía en algunos días en que el equilibrio parecía abandonarlo. Sin embargo vivió con esto toda su vida, su fortaleza al remolcar una vaca, herrar un ternero o cargar un quintal de mezcal nunca le permitió distraerse ante la amenaza latente que estaba en su cerebro; luego los veinte años que estuvo en Estados Unidos, con un “social security” que controlaba sus triglicéridos y la facilidad de trabajos livianos durmieron la amenaza hasta que retornó a las tierras tropicales, donde se come frijoles normales y se va al médico solo de emergencia.

Pocas veces en la vida te imaginas que el tiempo de estar con tu padre se acortará en un suspiro, cada recuerdo de sus abrazos te repican profundo ante la posibilidad de que se adelante en el viaje al que nadie tiene escapatoria. Quizá la sensación de haberlo disfrutado los pocos momentos que estuvo cerca y los muchos que estuvo presente en la distancia produce una tranquilidad por las decisiones del creador, y aunque existe la posibilidad de que deba esperarnos por más tiempo, aspiras su recuperación con toda convicción.

La vida es así de corta, parece que fuera ayer cuando me enseñó a dividir por dos cifras, cuando me enseñó a nadar en la posa redonda, cuando me dio los veinte centavos para Plinio, cuando ambos lloramos en silencio ante el escenario de los doce años del Farabundo Martí, puedo recordar tan fresco ese día, partiendo serpientes luego de diez años de haber salido, llegamos a la casa donde habíamos nacido, con los matapalo comiéndose las palmeras. Puedo agradecerle esos momentos en que nos sentamos sobre una piedra, en la colina de Zatoca, en el norte de El Salvador; un par de tortillas gordas como gustan a los guanacos, huevo picado, frijoles chilipucos y cuajada salada en terrón al engaño de nuestra hambre, mientras por dos días se dedicó a mostrarme cada lindero de las propiedades a un pausado ritmo que cada medio kilómetro se detenía en las historias de siempre; el sacalenguas en el barranco, la Chilica en los encuentros, la vasija del rincón de judas, el zorrillo que le orinó la cara. Podría volver a contármelas mil veces, igual las disfrutaría como la primera vez; fue así como me heredó la tradición de contar historias en prosa con dos de cada tres renglones en el mismo cruel humor de sus carcajadas.

Por ahora, guardo cada una de sus historias en lo profundo de mi alma, eventualmente le mando un correo electrónico que posiblemente le leen, aunque seguramente se lo traducen a lo que creen que él desea oír ante el desconocimiento de nuestro estilo de confianza al que un día llegamos. No es posible hablarle, si lo hiciera, el buen humor que me enseñó me llevaría a decirle las cosas en la única forma en que hablamos siempre, en prosa cruel.

– hola señor, cuénteme porqué no le cortan la cabeza. – Luego nos echaríamos una carcajada tal como aquel día en el parque, cuando me lo dijo de igual forma. – Usted tan debilucho, cómo se deja alcanzar de esos tullidos compañeros, no parece que hubiera alcanzado un ternero de tres días de nacido.

Mientras él, espera a ver que decide nuestro hacedor, yo espero darle un abrazo más. Es terrible la impotencia, la distancia y la espera que pase la novena quimioterapia.

—Actualización— Julio 2007
Esta semana regresó luego de 9 meses en Estados Unidos, no perdió el pelo con las quimios, está sano y con el buen humor de disfrutar sus días aquí en Siguatepeque, Honduras… gracias por sus oraciones.

—Actualización— Julio 23 2008
Hoy partió.

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