De infante usé una camisa de las que regalaba para el Día Internacional del Niño, sin siquiera conocerlo, ni siquiera la ciudad donde estaban sus merenderos. Años más tarde me hice cliente de un pequeño rinconcito frente al Parque La Merced en Tegucigalpa, donde me venía a esconder los sábados para hilvanar entre la faena rutinaria y mi quehacer de fin de semana. El ambiente no era espléndido, pero la soledad se disfrutaba con el mismo gusto que los chilaquiles, la amena charla de una negra que atendía la caja registradora y que le daba buen sabor a lo grotesco de los párrocos que venían por una sopa “levanta muerto” a quitarse la resaca para empezar otra.
Recordarlo se me hace un nudo en la garganta, eran años de mis bocetos para óleos en la suculenta soledad y líricas al compás del silencio antes que llegara la chica alumbró mis ojos. Apacible disfrutaba aquella calma que contrastaba con el bullicio remembrante de los retratos de famosos que atiborraban las paredes en evidencia de haber visitado los negocios de este hombre, un noble cubano a quien Fidel le expropió todos sus bienes pero no sus sueños, los que vino a cumplir a tierras ajenas para quedar en la historia como sinónimo de la buena cocina y la generosidad.
En los años recientes me tocó intercalar amistad con su esposa, quien en el cementerio expresó las palabras que literal cito, casi con el mismo permiso de la chica que aportó algo más que la mitad de su prosa.
Confites, galletas, comida a montón y mucha algarabía, era la preparación desde temprano de un día del niño.
Él, ansioso, dispuesto un año más a realizar una celebración que ya era parte de su agenda.
Nunca imaginé ser partícipe de un proyecto tan humano al lado de un gran hombre, pero Dios en su vasta bondad y misericordia me escogió para servir a un corazón compasivo del que aprendí valores eternos, como extender la mano al necesitado, no porque existiera la abundancia sino porque es necesario para nuestras almas ser llenas de amor a través del servicio a los demás. Me siento una mujer privilegiada por haber estado al lado de un ser piadoso y haber compartido con él una familia y sus últimos días de vida.
Cada experiencia vivida con Pepe, viéndole incansable en su honrosa labor me hace entender el legado de un amado extranjero que con trabajo, esfuerzo y respeto ganó los corazones de una nación donde pudo encontrar la libertad en todos sus sentidos.
Realmente no hay palabras que puedan expresar los sentimientos que me embargan en este momento, donde me despido temporalmente de mi esposo, quien ha partido a un lugar celestial junto a la presencia del Todopoderoso; pero estoy consciente que un día le veré nuevamente, cuando yo también parta al encuentro con mi Creador.
Gracias Padre Eterno, por darme fortaleza en esta hora y poder reconocer que Tu Palabra se cumple en mi….
“Hasta aquí nos ha ayudado el Señor.”